Un remolino oscuro


     Hace unos días vi morir a 12 hombres y no pude hacer nada. Digo hace unos días, porque ya no tengo noción del tiempo y no sé cuándo fue la última vez que escuché el sonido de los carros al otro lado de la calle. Yo sabía que ser periodista iba a traerme problemas, por eso programé toda mi vida en torno a no involucrarme con nadie, ni tener hijos y mantener a mi familia alejada de mis viajes. Ya no sé cuántos días tengo en esta negra habitación de latas, porque a veces siento que pasan muchas horas y sólo cuando vienen con las sobras como para los perros que me dan por comida, puedo ver el exterior, algunas veces es de día y otras es de noche, pero si la puerta está cerrada, no puedo ver nada, ni siquiera tengo ventanas.
Desde niña soñé con ser periodista, ser la heroína y luchar contra los malos, ser la voz de aquellos que no tienen voz y mostrar la realidad que merece ser vista por todos, incluyéndote. Pero luego de graduarme, y unos cuantos libros, y unos cuantos viajes, me di cuenta que esa realidad no podía ser gritada sin ganarte enemigos, porque claramente siempre habrán quienes preferirán hacer sus fechorías en la oscuridad. Y eso fue lo que me pasó a mí.
En mi ciudad habían muchas obras sin terminar, mucha desidia y demasiados impuestos pagos. Así que como el olfato periodístico nunca falla, investigué cuentas personales, la vida privada de los que se llamaban “el cambio para la ciudad” y voilá, ahí estaba resuelto el caso por corrupción y desviación de fondos públicos para las vacaciones de las novias del alcalde y el gobernador, por supuesto.
Por lógica y casos anteriormente resueltos es muy sencillo ver la muestra y luego de investigar saber que se va a ganar, porque había confianza en el sistema judicial y la descentralización. Así, me gané el respeto y el reconocimiento de los ciudadanos, año tras año cada quien recibía lo que se merecía y comenzaron a verse los cambios en el alumbrado y las mejoras en nuestra ciudad, había luz, había agua, había comida y había seguridad social. Yo no diré que gracias a mí, porque existían otras
personas que también se dedicaban a esto en el resto del país, éramos un grupo de personas que dedicábamos nuestras vidas al bien común porque sabíamos que alguien tenía que hacerlo, era importante, es importante, hasta que el gobierno cambió.
Con el nuevo gobierno y sus nuevas políticas de gobierno, entre esas la centralización y la burocracia, muchos aspectos de la vida de todos fueron 
cambiando. Las preocupaciones eran otras y no había tiempo para investigar, todo sucedía muy rápido y las noticias en la opinión publica duraban muy poco. Y yo sabía que tarde o temprano estas 12 personas que formaban parte de mi equipo en todo el país, y yo, íbamos a ser el centro de la persecución por lo que hacíamos. Por lo que hacíamos por los demás y nuestras familias.
Luego de muchos cambios en los ministerios, en las leyes y en el comportamiento social producto de esto, los nuevos gerentes del país comenzaron a sobornar y amenazar a todos en el equipo de investigación, y muchos accedieron, por interés y porque tenían familia, menos yo, yo había soñado con esto y siempre supe lo que quería hacer aunque eso significara morir.
José y Dalia fueron los primeros en acceder a beneficiar públicamente con sus reportajes al nuevo gobierno, ya que les ofrecieron mucho dinero y estabilidad a sus familias, supongo que cada quien hace lo que le parece mejor en sus vidas pero la integridad no tiene precio, o tal vez la de ellos si tenía. Y les costó bien caro después.
Uno a uno fueron desapareciendo, Rafael, Alberto, Héctor y Carmen, luego de que aceptaban formar parte de su línea editorial y sus mentiras, por alguna razón iban a “juntas”, y desaparecían. No habían cuerpos, ni teléfonos, ni evidencias, ni “GPSs” que valieran, era como si nunca hubiesen existido, sus partidas de nacimiento, todo desaparecía, y aunque habían escogido un camino distinto al mío, ahí estaba yo, investigando por la amistad que alguna vez nos unió.
Era un desafío, seis de los 12 ya no estaban y el resto se comportaba como si nada estuviera pasando, sólo sus familiares a veces me llamaban porque algo les decía que ellos estaban vivos, y me daba fortaleza pensar en que podía encontrarlos y ayudar.

Manuel se había ido a otro país a seguir su vida como si nada hubiese sucedido, el país iba a estar ahí siempre, decía, y su vida se iba a acabar, ayudó un tiempo al gobierno, los asesoró en imagen y campañas y luego con todo el dinero que le dieron se marchó. Era muy activo en las redes y un día en el timeline me di cuenta que Augusto y Romina estaban con él de visita, la única razón por la que seguía pendiente de sus vidas era saber si les pasaría lo mismo o sí arrojarían una pista de seguir en contacto con los seis ya desaparecidos.
Una noche despierto con la noticia que el avión en el que venían de regreso se había estrellado, pero no habían registros aeroportuarios ni fotografías, ni absolutamente nada, ya no eran seis, ahora eran nueve de mis 12 ex compañeros de lucha los que no estaban en el radar sin ninguna explicación aparente. Pero yo sabía que era porque sabían cosas que no debían saber ni de chiste, y que aunque ya se profesaban como fieles al gobierno nuevo, de todas formas no eran de confianza, nadie podría ser de confianza cuando no existe libertad.
Más o menos así habían sucedido las cosas, un día me desperté de un sueño en el que todos estábamos en la misma habitación y nadie podía hablar, así que como desde un principio sospechaba, vivos o muertos, todos estaban en el mismo lugar. 12 personas desaparecidas y la vida seguía como si no pasara nada. A veces me pregunto si nadie más está interesado en preguntarse que en algún lugar, muy lejos de sí mismo, tal vez existe alguien muy solo, encerrado, secuestrado, a punto de suicidarse, mientras otros piensan en cosas banales y sin sentido.
Luego de ese sueño tuve que vigilar atentamente a las únicas tres personas que seguían publicando informaciones a favor del gobierno que pertenecían a mi equipo. Como trabajaban juntos casi siempre estaban en el mismo lugar escribiendo, o almorzando o conversando, y yo como Sherlock Holmes anotando cada cosa que pasaba para ir hilando nuestra historia. Las historias escritas son infinitas, dudo que alguna vez exista alguien que pueda conocerlas todas, recordarlas todas, tener tiempo para leerlas todas, pero yo escribía, porque sabía que al menos alguien iba a leernos y recordarnos.
Repasaba todas y cada una de las cosas en esa habitación en la que estaba, pensaba en las navidades con mi familia, llenas de fuegos artificiales, abrazos sinceros a pesar de los problemas, las comidas, las risas, los regalos. Sobre todo pensaba en mi familia porque eran ese tipo de gente que no necesitaba días especiales, para ser especiales, ellos siempre eran felices y nos amábamos todos los días. Por esa razón por primera vez cuestioné el camino que había tomado. Yo en vez de estar aquí secuestrada en la oscuridad y el silencia, podía estar en casa jugando con mis sobrinos o teniendo mis propios hijos, pero no era así.
Una tarde caminaba por la calle, y vi como a los tres compañeros que quedaban en libertad los subían a golpes a una camioneta negra de esas costosas de último modelo que sólo podían comprar las personas del gobierno, y los seguí, de la manera más discreta que pude, como lo había hecho hasta ese momento. Pero luego de un rato me di cuenta que habíamos llegado a un caserío con calles de tierra y sería demasiado evidente que los seguía porque no habían más carros en ese momento en la vía, así que desde lejos vi donde se estacionaban y me fui.
Al día siguiente muy temprano regresé y no había nadie, no habían ni perros en esa casa, ni gallinas, ni ganado, era una casa vacía, abandonada, y fea, de las que podría salir cualquier cosa que da miedo y darte un infarto. Entré como pude y efectivamente, no habían cuerpos, ni ropa, ni rastros, ni nada. Pero cuando salí por la puerta sentí un golpe en la cabeza y no recuerdo nada hasta que desperté en ésta habitación en la que estaba ahora.
En el tiempo que estuve en medio de esa oscuridad prefería dormir, porque siempre había sido de soñar mucho, yo sabía que probablemente o me mataban, o me moría de hambre, o me moría de tristeza. Pero cuando dormía estaba en lugares en los que en ese momento no podía, soñaba con mis viajes a La India, a Grecia, a Sicilia y su rica comida, o soñaba con la playa, mi lugar favorito, soñaba que nadaba, en esos momentos diminutos de buena comida, amigos, o soledad plena en los que la felicidad es infinitamente visible y no necesitas nada más.
Una noche mientras dormía, me tomaron por el brazo y me sacaron de esa habitación, me tiraron al suelo entre un montón de tierra y restos humanos, me dijeron que nadie se va de ésta vida sin pagar por ser diferente y yo como aún estaba entre dormida no terminaba de entender si era realidad o era un sueño que luego de mucho tiempo yo ya podía volver a ver las estrellas.
Ahí estaban mis 12 ex compañeros de lucha, de rodillas con la cara hacia el suelo, más que el encierro, los tenía desnutridos la vergüenza de verme frente a ellos luego de todo lo que habíamos vivido, como equipo, como ciudad, como nación. Y no podían verme a la cara, a pesar de sus heridas, de las marcas de tortura en su cuerpo, sólo tenían cara de arrepentimiento por haberse vendido. A algunos les faltaban dientes, a otras las uñas, y todos estaban rapados totalmente, no tenían ni un solo cabello, y yo aunque sabía que se lo habían buscado, también sabía que no se lo merecían.
En un segundo recordé a esas 12 personas llenas de sueños e ideales de cambiar el mundo, creo que todos pasamos por eso en algún momento de nuestras vidas, que queremos ir en contra de todo con el único fin de ser recordados como aquellos que quisieron un mundo mejor. Pero a la larga si existe el destino, se había amañado con todos nosotros, con las víctimas, y con los victimarios, porque estas personas que tenían el rostro cubierto también tenían su historia, una razón por la cual estaban esa noche ahí apuntándonos a la cara con armas.
Todo eso sucedió en un minuto, así de relativo es el tiempo en la mente humana, y cuando por fin tuve el valor para preguntar quién nos había puesto ahí a todos esa noche, el que parecía el jefe, porque todos estaban de pie y él estaba sentado en una gran silla de madera, contestó, “fue el gobierno, fueron ustedes mismos”. Yo sabía que habían sido ellos, todos ellos, y hasta yo misma me había puesto allí.  Me hablaron sobre negociar, como yo era la única que nunca me había vendido, era la única que era respetada por estas personas sin rostro pero con voz.
Como yo les dije que prefería morirme antes que venderme luego de haber llegado tan lejos, luego de haber luchado tanto, luego de haber sufrido tanto y dormido tanto, ellos mantuvieron un silencio fúnebre por unos segundos y les dispararon a mis ex compañeros en la cabeza, uno a uno, y yo no pude hacer nada.
Eché a llorar, porque sabía en el fondo que todos tenían a alguien que los amaba y los esperaba y ya no existían, y no pudieron despedirse. Yo tenía la costumbre de abrazar fuerte a mamá y a mis hermanos cuando me iba, porque si algún día me pasaba algo quería dejarles la sensación de que sí nos habíamos despedido. Y luego de un rato el jefe de ésta banda armada me volvió a encerrar.
Era curioso que luego de días sin poder ver nada, me habían sacado de mis sueños para ver morir a 12 personas que formaban parte de mi vida. Ahora no podía dormir, no por mí, sino por ellos, porque sus vidas también pudieron ser distintas, montar un negocio en otro país y simplemente dedicarse a ser buenos padres o abuelos, pero no, la codicia lleva a veces a las personas a los lugares más ruines y oscuros.
Sabía tantas cosas sobre ésta gente a la que quería, sabía tantas cosas sobre el gobierno, sobre todos, y tenía pruebas en distintos lugares escondidas donde nadie se las imaginaría, alquilaba casilleros y buzones de correo, tenía tres apartamentos a nombre de otras personas, en cada lugar, debajo de las patas de las mesas y las sillas hacia huecos y guardaba discos duros con cuentas, documentos, todo, lejos de mi familia, y lejos de mí. Yo sabía que ellos sabían que yo sabía, y por eso prefería que me mataran, ya me tenían a mí, no irían detrás de mi familia.
Cuando me secuestraron traía conmigo mi cámara, mi computadora, mi grabadora, todo, llenos de informaciones, porque sabía que si algún día me agarraban con todo eso encima, pensarían que todo estaba allí y resulta que no era ni la quinta parte de todo lo que tenía sobre mis 12 ex compañeros y sobre el nuevo gobierno.
Estaba soñando con las playas venezolanas y un tour en lancha que hice cuando era niña, y al lanzarme al agua desperté en una silla frente a un hombre sin máscaras, era el Presidente de La Asamblea Nacional, muy elocuente por supuesto, hablaba un montón de cosas raras sobre la igualdad y la lucha que tenían en contra de gente como yo que se dedicaban a manchar sus nombres, yo sólo asentía con la cabeza, había aprendido a quedarme callada en momentos como estos, no era mi primer interrogatorio.
Dicho hombre tenía casos de corrupción, por homicidio, violaciones, casos que sólo yo conocía y otros gobiernos, pero como existe la bendita soberanía ellos no podían hacer nada, así que bien, me dijo que habían quemado mis cosas y yo lloré como si esas cosas eran mis más preciados seres queridos, y me creyó. Eso me daba miedo, pero en el fondo yo sabía que siempre funcionaba, por eso estaba viva.
Riéndose me dijo que habían quemado mi carro y mi apartamento en totalidad por si se me ocurría esconder cualquier cosa fuera de mi computadora o grabadora, o cámara. Y lloré más. Aunque yo no tenía ni siquiera un pájaro allá. Me vendaron los ojos, y me llevaron por un camino bastante accidentado hacia lo que se escuchaba una pista aérea. Éste hombre me dijo que me dejaba libre porque nunca perdí mi integridad y que él y su gente me admiraban y me respetaban, pero que también me odiaban, “te dejo libre porque en unos días te van a necesitar”, lo dijo como si supiera que algo se acercaba y no se equivocó.
Con los ojos vendados me subieron a un avión y luego de unas horas aterrizamos en Puerto Rico, me dieron un bolso y un pasaporte con un nombre falso, y me era casi imposible caminar porque estaba desnutrida, y el tiempo en la oscuridad hacia que la luz me cegara los ojos. En el bolso habían unos lentes, una chaqueta, algo de efectivo, una libreta, una tarjeta de crédito con mi nombre falso, un lápiz, un teléfono, unas llaves y una tarjeta de hotel. Me coloqué los lentes, la chaqueta y llamé al número que estaba en la tarjeta del hotel, me asustaron, me dijeron que me esperaban como si me conocieran.
Al llegar a éste hotel en San Juan de Puerto Rico, cinco estrellas, extremadamente exclusivo y costoso, me di cuenta de que ellos sí me conocían, hasta el parquero me saludó por mi nombre falso, y era muy extraño porque yo nunca los había visto, pero que más podía hacer, me registré, me duché, comí todo lo que pude y cuando encendí la televisión ¡BOOM!...
El gobierno había sido derrocado por una guerra civil de la que yo nunca me había enterado, a eso se refería el Presidente de la Asamblea Nacional, mi país me necesitaba, los habían derrocado a punta de palos y piedras, había tomado el palacio presidencial y estaban listos para cambiar nuestro país. Éste hombre se había suicidado, y dejó una nota diciendo que eso había sido por su mujer.
Con la tarjeta de crédito falsa compré el primer boleto disponible luego de las elecciones que se celebraron, todos los actores principales del gobierno estaban presos, pero yo fui a esos buzones, y a esos casilleros, y las patas de las mesas por todo lo que sabía que habían hecho, los actores públicos y muchos que creían que podían escaparse.
El Presidente de la Asamblea Nacional no era mi mejor amigo, ni lo considero mi héroe, él me usó para hacer pagar al presidente por un lío de faldas, su esposa le había sido infiel con él, problemas muy comunes en países del tercer mundo, una obsesión que puede llevar a un imperio a la destrucción. Esto pasaba en Japón hace siglos, y pasaba aquí. Dos hombres que gobernaban un país, lo destruían por una mujer. Y era exactamente yo, también una mujer, la que había pisado el aeropuerto de ese país para vengarse y la justicia apenas había comenzado.


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